jueves, 31 de julio de 2008

EL CUENTO (Relato pródigo número 4)

Hay días, en los que me siento a escribir, aún estando vacía por dentro. No sé qué decirle a mi mano para que no se limite a garabatear sobre las cuadrículas de la hoja. Me abruma la idea de ESCRIBIR. Me acompleja. He crecido rodeada de libros cuyos autores me mostraron la inmensidad de su genio

Ahora, me pides tú que escriba:

- ¿Con qué valor?

Cervantes, Stephan Zweig, Quevedo, Víctor Hugo, Oscar Wilde, Shakespeare, Dostoyevski, Lorca, Marguerite Yourcenar, Tirso de Molina, Tolkien, Calderón, Edgar Allan Poe, Dickens, Machado, Tolstoi, Blasco Ibáñez, Ana María Matute, Isabel Allende, Saramago, José Luis San Pedro...

Grandes amigos que disipan las nieblas de profunda soledad que me envuelven. Acortan las horas aumentando su intensidad. Cómo atreverme a seguir sus pasos. Por eso, escondo los cientos de cuartillas que relleno incansable desde la infancia. Nunca satisfago mi supuesta capacidad: Más vocabulario, más experiencia, ¡MÁS TALENTO! No llegan nunca.

¿Se habrán sentido estas grandes figuras inmersas, como yo, en un transcurrir somnoliento y rutinario? ¿Cómo una mente febril que alumbra inmortalidad con cada pensamiento suyo, va a saber lo que es el hastío? ¿Para qué hablar de Amor, Libertad o Traiciones, si ya lo hicieron Petrarca, Calderón y Shakespeare? ¿Quiero intentar, de antemano sabido, la mediocridad?

Parece ser que en ello estoy. No pararé hasta comprobarlo. No dormiré, ni comeré, pasaré el resto de mi vida buscando, buscando, el cuento...


Érase una vez un cuento que no quería aparecer. Debía ser una historia preciosa pero, como nadie había podido contarla pues, ahí estaba, en el Limbo de los Cuentos, como quien presiente que es mejor quedarse donde uno está.

Había una mente acogedora y ansiosa por expresarse que rondaba a ese cuento tímido ilusionada con vestirlo engalanado de palabras, para alardear en la fiesta de la comunicación. A veces, se quedaba muy silenciosa, pensando, pensando, por si en una de sus huecas ideas se colaba ese cuento y le daba vida.

También le tiraba de la lengua con sugerencias como ésta:

-¿No serás un cuento de hadas?

O ésta:

-A lo mejor, ¿eres leyenda de guerreros y batallas?

O incluso esta otra:

-Tú no me engañas, ¡Eres historia de los tiempos sin nombre!

Y, ya, por fin, le suplicaba melosa:

-¡Por favor, seamos compañeros! ¡Cuéntame, cuento hermoso, que yo daré forma a tu esencia y vivirás por siempre jamás en la memoria de los hombres!

¿Por qué será tan huidizo este cuento mío, si no vivo más que para él? ¡Si su destello es mi luz y su nacimiento mi energía!

Esta mente iba a terminar desquiciada de esperar que su cuento amigo se dignase a hablarle. Ya no sabía que hacer así que, resignada, se limitó a observarlo. Allí estaba el cuento: callado. Si hubiera tenido ojos (que sepamos los cuentos tienen hojas no ojos pero, cualquiera sabe) habrían sido grises y muy grandes. Puede que, llenos de tristeza, o más bien de sabiduría.

Quedamos en que el cuento callado, la miraba con fijeza. Y ella le miraba a él. ¿Podrán una mente y su cuento enamorarse? No vale de nada conjeturar. Es necesario continuar curioseando para saber.

Él desaparecía largas temporadas sin que la mente pudiera retenerlo. Ella se dedicaba entonces a cosas triviales pero, en su interior, sabía que el sentido de su existencia consistía en desvelar el misterio de este cuento nonato. Pasaban los años y la mente se desgastaba en intentos. Olvidaba otros quehaceres rutinarios, provocando malestar y confusión en su entorno y, en su fuero interno, también.

Sin embargo, no había un ápice de maldad ni travesura en la esquiva actitud del cuento. De justos es dejarlo claro. Sólo que, abrumado por las magníficas historias que pululaban por ahí dándose la importancia que realmente tenían, no se atrevía a mostrar su alma sencilla. Se creía pobre de léxico y contenido. (Pero esto lo sé, porque narrando la historia se entera una de muchas cosas que él no hubiera confesado).

Infeliz cuento humilde que jamás revelaría su secreto.

En fin, viendo que vuestros ojos se cierran y las bocas se os abren abreviaré el desenlace:

Un día de esos que siempre llegan... tarde o temprano, la mente se había acostumbrado a la presencia de su eterno amigo. Ya no le pedía ni ansiaba poseer su alma. Sólo admiraba a ese cuento silencioso y testarudo, como quien admira un cofre sin saber qué guarda en su interior.

Así que, con un suspiro desgarrador de tristeza inconmensurable (los cuentos son un poco dramáticos, a veces) y, para tremenda sorpresa de nuestra mente, el cuento habló:

-Tu arrebato y tu pasión me fundieron. Tu fuego me dio forma, y a tu lado, cobraba vida sin tú siquiera sospecharlo. No podía expresarme porque era incompleto. Me has enriquecido con tu dedicación plena y tus cuidados. Cada vez que olvidabas el reloj o la sal del guiso, una nueva frase despertaba en el lienzo de mi existencia. Me has entregado tus infantiles juegos y tus sueños maduros. Ahora, estoy preparado para ti. Mis trajes son telas de paciencia y tolerancia, bordados con tu resignación y tu complicidad. Ya estoy dispuesto a que tus labios me pronuncien por doquier y perecer relegado a los brazos de la burla y el olvido. O zarandear mis renglones de tertulia en café y de feria en biblioteca, por los siglos de los siglos. Haz de mi lo que quieras. Si me cuentas, ya no soy yo sino parte de ti.

Adiós, mi mente amada. En tus manos estoy.

Un silencio envolvente se esparció sinuoso y eterno.

Pero, en realidad, la mente tardó unos minutos en reaccionar. Sólo unos minutos.

¡Era un cuento magnífico! ¡Cómo lo quería!

Ya os digo que no tardó más que minutos en escribirlo. Sin perder ni una letra corrió a divulgarlo.

A los cuatro vientos.

No le importó mucho la fama o el reconocimiento, porque ya nadie volvería a pensar en él. Ya estaba impreso. Sólo se hablaba de ella. Mente vanidosa y terrible que sacrificó a su amada inspiración a cambio de la inmortalidad de su propio recuerdo.

Ahora, está publicado; no hay librería que no lo tenga en sus estantes, ni crítico que no hable de la maestría con que fue escrito. Ya no está allí nuestro amigo sino los ricos vestidos que la escritora ambiciosa le puso para darlo a conocer. Nadie lee un cuento dulce y sincero sino un talento de prestado que se deja fotografiar.

¡Adiós inocencia y entrega! ¡Adiós infancia y amistad! ¡Adiós amor amargo y terrible, vampiro que me ha robado la sustancia de que me nutría: la confianza!

Su alma libre vuela decepcionada, pero su Historia quedó para siempre grabada en la memoria de los hombres...

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