martes, 22 de julio de 2008

EL RAYO DE SOL (Relato pródigo número 2)

Cuando el sol más pujante reinaba en el cielo, cuando el cielo envolvía más azul y más limpio, un destello del astro ardiente saltó de su corona y escapó a experimentar nuevas sensaciones. Joven, alocado, imprudente. Lleno de inocencia y verdad. Su pasión consistiría en lanzarse en picado hacia ese espejo ondulante que se divisaba desde las alturas. Una bola azul que conoció despejada, exuberante.

Allá abajo, en la Tierra, sesteaba un lago inmenso, profundo. No lejos de su orilla dormitaba una flor. Dulcemente balanceada por la brisa seductora, se dejaba querer. Su corazón era dorado y sus alas multiplicadas brillaban en blanco, como la luna llena, pero de día. Orgullosa de su belleza, ahora no reparaba en ello, simplemente divagaba somnolienta, arrullada por el murmullo del agua. Si el vientecillo juguetón la empujaba un poquito, el lago, enamorado, le regalaba una imagen serena. A veces, el vuelo raso de un vencejo loco, restablecía la realidad de un plumazo y, si hubiera tenido manos, se habría sujetado en seguida su pamela de pétalos para no verlos, dispersados, revolotear sobre los brotes verdes de hierba. Como su lozanía era plena, no existía vendaval, avión o gorrión que le arrancase una sola de sus virtudes. Aún.

La mañana transcurriría plácida para Margarita si no fuera por un cortante silbido culminado en chapoteo, allí mismo, a su vera. Se desperezó y trató de localizar a quien osaba alejarle de sus sueños florales. Silencio. Gorgoritos en el agua mansa. Trinos de pájaros y crujir de árboles que danzan. Se abandona de nuevo... cuando siente que su corazón se inflama con renovadas fuerzas y un resplandor especial ilumina su ser. Tamaña energía invade sus verdes arterias de forma tan avasalladora, que las raíces se tornan piernas y sus hojas brazos, despojando de rigidez un tallo que echa a andar, ¡qué digo andar! ¡Saltar y Brincar!

¿Qué nueva excitación la inundaba?

Un pequeño rayo de sol, imprudente y temerario había dejado el regazo de su soberano protector para lanzarse a la vida. Midió su fuerza y puntería con escasa precisión, total, la inmensidad azul que divisaba era tan grande... que fue a caer en la superficie del lago.

¿Qué le envolvía y le robaba el alma? ¡... se enfriaba, se estremecía…! En un breve instante consiguió rebotar y maltrecho se tendió sobre algo hermoso que le recordaba a su padre, redondo y dorado. Allí se sintió reconfortar, aletargándose, mecido por unos dedos de terciopelo que le rozaban delicadamente, ¡qué placer recuperar algo de aliento! Perdía la noción de sus sentidos. El calor le arropaba demasiado tarde. Se fundió sobre una flor de pétalos de raso y corazón amarillo fuego.


Anduvo por la pradera, unos días, una margarita que obligó a pellizcarse a más de un campesino. Iban contando al pueblo, sudorosos y confundidos, que la habían visto bailar, flotando sobre la hierba verde…

El sol, impertérrito, desprendía llamaradas sin reparar en el hijo que perdió, como tantos otros, por imprudente. Desde aquella magnitud, tan altivo y poderoso, sabía que cada aventura, cada intento, transformaba una chispa en energía. Orgulloso de lo que consideraba su obra de arte, La Tierra, hinchaba su núcleo incandescente animando a tantas saetas irreflexivas como dardos de fuego tenía a abandonar su pecho en llamas y lanzarse al vacío a sentir…

Recuperado de la memoria adolescente -y espero que mejorado- para tod@s vosotr@s.

16 de febrero de 2005

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