viernes, 20 de junio de 2008

La niña gris

Erase una vez una niña gris. La piel y los ojos, las manos, los dedos, la ropa y si brotaba sangre de sus venas, todo era gris. Cambió poco a poco, imperceptiblemente, cuando dejaron de abrazarla. Si sonreía, un ligero rubor parecido a la ola melancólica de un lago en calma, se transparentaba en su rostro, pero la brisa barría ese tono vigoroso devolviendo al gris su protagonismo absoluto. Aprendió a jugar inventándose príncipes y dragones, duendes y hadas que como mariposas besaban su espíritu solitario y envolvían aquellas tardes silenciosas de colores y sonidos como papeles de regalo.

La niña gris creció convirtiéndose en una joven marmórea, el latido de su corazón pétreo recordaba los mazazos del martillo sobre la roca. Tan fría y distante que algunos que quisieron abrigarle con protectores lazos, se rompieron en añicos contra su pecho insensible. Existía un oasis en su mente donde se enamoraba saciando anhelos inalcanzables porque no sabía cómo abrazar, tantos años hacía que habían dejado de reparar en su presencia: el mundo se había olvidado de ella, se había vuelto invisible. Tan ocupados, tan inmersos en sus propias calamidades.

Pasaron años como grava que se desliza por la loma hasta anegar la ruta que nadie transita y la mujer marchitada sentía resquebrajarse su firme consistencia. La lluvia penetraba las grietas de su piel e incluso algunos tiernos brotes trataban de abrirse paso hacia la luz.

Un día, un grillo despistado y saltarín se coló por sus rendijas y cayó y cayó golpeándose contra las paredes de granito de su alma perdida. Por fin acabó dándose de cabeza contra el corazón para alivio suyo pues, aún se notaba en él un tenue calor vital. Le asustaba tanto la oscuridad que decidió que cantar combatiría sus temores. Las patitas acompañaron el canto acariciando sin querer las membranas estériles del corazón de la mujer gris. La música resonó difundiendo su eco por las cavidades del pecho y alcanzó los lugares más chiquititos y lejanos. Una vibración tal despierta la mente más comatosa y la opacidad de la que fue la niña sombría se descompuso en mil colores tan brillantes que el arco iris puso una denuncia por competencia desleal. La piedra ahora era arena, sal, polvo de alas de mariposa, y la piel de la niña por fin asomaba, pálida.

La mujer gris se emocionó al pensar cómo unos bracitos diminutos encogidos por el miedo, remediaban superar el ahogo de su cercanía protegidos por la música, mientras inconscientemente le devolvían las ganas de gritar, de exclamar que estaba ahí, que era alguien y que quería, necesitaba abrazar para ser abrazada… La potencia bombeadora tiñó de grana sus pómulos e hizo brotar gotas de sudor sobre la comisura de sus incipientes labios rojos.

No obstante, paradojas del devenir humano, tanta agitación no podía ser buena, lógicamente los latidos de su corazón -ahora enérgicos- acabarían con la frágil vida de su héroe, aún más insignificante de lo que ella había sido jamás. Siendo aquello una pérdida injusta e insoportable, inspiró profundamente, miró en derredor por última vez para aprehender la vida toda y convertirla en una fotografía que mirar con los ojos hacia dentro, y recuperó su silenciosa soledad. Días después las tonalidades que equilibran el negro con el blanco decoloraban la piel y los ojos, las manos, los dedos, la ropa y si de nuevo brotaba sangre de sus venas, todo era gris.

…Aunque allá abajo, en lo más profundo de su cavernosa esencia, un grillito adormecido por el suave vaivén de un corazón mimoso, disfrutaba del fresco de la eterna noche oscura y de las reverberaciones que su canto provocaba.


2 comentarios:

Unknown dijo...

Es un relato precioso, Sofía. Es delicado, sensible, esperanzador,...

Me encanta cómo escribes, sabes?

Anónimo dijo...

Gracias, Escocés, éste es mi salario.
:D