viernes, 28 de septiembre de 2007

Síndrome de abstinencia bloggera u Otras formas de pasar el verano

Esto de no tener internet ni tiempo para escribir ha sido refrescante a la vez que triste, porque me permitió disfrutar de una sucesión de momentos intensos, muy reales, mientras que me alejaba de personas y sucesos admirables y los descubro con retraso, aunque no por eso dejo de alegrarme de que hayan sucedido.

Seguimos inmersos en el arreglo de pequeños detalles de la casa, la colocación de muebles, accesorios, equipaje y la eliminación de un lastre que lleva tras de nosotros, en algunos casos, hasta treinta años... Cartas viejas llenas de malos recuerdos o simplemente de nombres y caras que no reconoces... libros que hemos donado, mil cachibaches que depositas en cajas en la calle y al día siguiente han desaparecido, sin verse esparcidos o rotos... por lo que sueñas con que han tenido una segunda oportunidad o encontrado el propietario que se merecían.

Parece que ordenar mi vida me puso melancólica. Tuve un acceso de desesperación y rabia porque esto de eliminar recuerdos sin sentir más que un vacío no debía significar nada bueno. ¿Toda una vida dispuesta para el reciclaje y sin embargo, ni una lágrima, ni una sonrisa? ¿Nombres y caras borradas como en el más salvaje de los Erased que hayas presenciado ante la estúpida pantalla de un güindous, y ni te inmutas? ¿Qué has hecho con tu pasado querida mía? ¿No ha calado hasta tus huesos, marcado de surcos tu memoria? ¿Tanto te arrepientes de lo que has vivido? ¿O ni siquiera te queda ternura sino hueco para la más absoluta indiferencia? A veces siento que me equivoqué de vida, que en la salida había otras opciones y me decidí por la que no me sentaba dejando a su vez a otra persona sin su traje a medida o sin su sendero del destino, si es que acaso existe.

Después de varias horas rasgando las hojas de mi extenso diario (desde los once años hasta rozar la treintena) comprendí que lo que había buscado no era eliminar sino superar. Como la cornamenta de un ciervo, renovada cada año, así tenía que haberme reinventado yo, en vez de cargar con tantas emociones añejas, dañinas o sinceramente, muertas. Igual que las cartas, mis garabatos adolescentes me aferraban a un pasado que ya no produce olores ni risas, sino el seco crujir de pergaminos que se descomponen con un mínimo roce.

No debería estar tecleando ahora estas letras porque me lastimé un ojo anteayer y sólo el reposo lo curará pero ese anhelo del que ayer hablaba me supera. Una pantalla conectada a otras es una mano que entrelaza otros dedos, calientes, vivos, nuevos, que aunque no me esperen me enriquecen, aunque no me añoren, llenan, qué digo, inundan, mi vida. Esta sobredosis distribuye mi deseo de compartirme, de diluirme entre marañas de acciones, opiniones, sueños, reflexiones o imágenes y músicas, convirtiéndome en un todo informativo, en un hilacho de la red que nos mueve, nos sujeta y nos proyecta hacia puntos insospechados pero seguros. Allá lejos, aquí al lado.

He podido viajar, visitar sitios y tocar sus tierras rojas o sus calveros, he aspirado el calor de agosto y la brisa septembrina pero ¿qué es más real lo que tienes o lo que añoras?

Feliz tiempo de otoño a todos y todas desde mi pequeño punto cibernético, real y ficticio.

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